viernes, 10 de noviembre de 2017

Los Desaparecidos...

La muerte es la muerte. Es lo real, lo irreductible. Pero la muerte encarnada en un cuerpo es la certeza de un duelo que comienza. Pero el desaparecido es la certeza de la incertidumbre eterna, que es peor que la muerte. ¿Alguien puede entender que un cuerpo roto pueda significar algo parecido a un alivio? ¿En qué mundo de inmundicia vivimos en el que preferimos un huesito, una cadena de adn, un pedacito de pelo, a la incertidumbre? Y siempre el agua, siempre los ríos, siempre los peces acunando a nuestros seres queridos, siempre el agua helada protegiéndolos, como Walt Disney. No hace mucho, en un dictadura cruel, secuestraron en las narices de todos a treinta mil personas, las torturaron las asesinaron y ocultaron sus cuerpos –porque eso es lo que el eufemismo "desaparecido" quiere decir- pero no fue suficiente, porque ahora el monstruo reaparece de múltiples formas y avalado por una mayoría, avalando esa categoría loca que hemos inventado los argentinos. Como si un desaparecido no significara también un asesinado. Nada, ninguna cosa que podamos hacer, nos devolverá la vida de Santiago (que ya dejó de ser un desaparecido), ni la de Julio, ni la de Miguel, ni la de Silvia, asesinados por testimoniar en un juicio por delitos de lesa humanidad. Tampoco a las miles de personas que destrozó la dictadura. Ni los años que millones vivieron en el exilio o en el horror de las cárceles argentinas. Tampoco nada nos devoverá los futuros desaparecidos que traerá la política amarilla en manos de los CEOs de nación, preparados para el saqueo que hará desaparecer a grandes masas de la población.