La muerte es la muerte. Es lo real, lo irreductible.
Pero la muerte encarnada en un cuerpo es la certeza de un duelo que comienza.
Pero el desaparecido es la certeza de la incertidumbre eterna, que es peor que
la muerte. ¿Alguien puede entender que un cuerpo roto pueda significar algo
parecido a un alivio? ¿En qué mundo de inmundicia vivimos en el que preferimos
un huesito, una cadena de adn, un pedacito de pelo, a la incertidumbre? Y
siempre el agua, siempre los ríos, siempre los peces acunando a nuestros seres
queridos, siempre el agua helada protegiéndolos, como Walt Disney. No hace
mucho, en un dictadura cruel, secuestraron en las narices de todos a treinta
mil personas, las torturaron las asesinaron y ocultaron sus cuerpos –porque eso
es lo que el eufemismo "desaparecido" quiere decir- pero no fue
suficiente, porque ahora el monstruo reaparece de múltiples formas y avalado
por una mayoría, avalando esa categoría loca que hemos inventado los argentinos.
Como si un desaparecido no significara también un asesinado. Nada, ninguna cosa
que podamos hacer, nos devolverá la vida de Santiago (que ya dejó de ser un
desaparecido), ni la de Julio, ni la de Miguel, ni la de Silvia, asesinados por
testimoniar en un juicio por delitos de lesa humanidad. Tampoco a las miles de
personas que destrozó la dictadura. Ni los años que millones vivieron en el
exilio o en el horror de las cárceles argentinas. Tampoco nada nos devoverá los
futuros desaparecidos que traerá la política amarilla en manos de los CEOs de
nación, preparados para el saqueo que hará desaparecer a grandes masas de la
población.
Hace varios días que se conoce la muerte de Santiago Maldonado, que sacó a la luz el peligro que presenta una democracia que tolera los peores crímenes: un delito de lesa humanidad: desaparición forzada seguida de muerte. El aparato represivo estatal no dejó de reprimir tras la dictadura cívico-militar, simplemente, se reconfiguró. Su tradición represiva se fue adaptando en los distintos pasajes de la democracia a la dictadura y de la dictadura a los gobiernos constitucionales. Su accionar se configura de acuerdo a las necesidades que el gobierno de turno o el poder necesite. Este dato no puede dejarse de lado cuando se piensa en el caso de Santiago Maldonado, o en tantos otros sucedidos en democracia, porque la tradición de las fuerzas estatales es necesariamente represiva y su accionar está dirigido principalmente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Hace varios días que se conoce la muerte de Santiago Maldonado, que sacó a la luz el peligro que presenta una democracia que tolera los peores crímenes: un delito de lesa humanidad: desaparición forzada seguida de muerte. El aparato represivo estatal no dejó de reprimir tras la dictadura cívico-militar, simplemente, se reconfiguró. Su tradición represiva se fue adaptando en los distintos pasajes de la democracia a la dictadura y de la dictadura a los gobiernos constitucionales. Su accionar se configura de acuerdo a las necesidades que el gobierno de turno o el poder necesite. Este dato no puede dejarse de lado cuando se piensa en el caso de Santiago Maldonado, o en tantos otros sucedidos en democracia, porque la tradición de las fuerzas estatales es necesariamente represiva y su accionar está dirigido principalmente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Ganaron los asesinos de Santiago Maldonado. Ganó
Patricia Bullrich. Ganó Pablo Noceti y Barberis también. Ganó Domingo Cavallo.
Paul Singer también ganó. Viene ganando hace rato. Ganaron los Leuco con Susana
Giménez y Baby Echecopar. Ganó Cecilia Pando y el psiquiatra de la loca Carrió.
¡Ganó Carrió y cómo! Ganaron Benetton y Lewis en el Lago bien Escondido. Ganó
Shell y la concha de la madre de Aranguren. Ganó la Gendarmería y sus
muchachos. Ganó el oro en Londres y las Malvinas pueden esperar. Como dijimos
antes, ganó el experimento del marketing y perdió la vida.
José Pablo Feinmann Publicó el 21 de Octubre en su Facebook algo que había escrito en 1998, bajo el título "La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política argentina"
Los desaparecidos: la muerte argentina
No resulta ocioso- a veces- mirarse con los ojos de los otros. Siempre ellos ven de nosotros algo que nos está vedado; vedado por la simple razón de la opacidad de lo cercano. Así, ¿que se conoce de la Argentina en los países que no son la Argentina, es decir, en el resto de este vasto planeta?
Para la mirada externa los desaparecidos forman parte de nuestra identidad nacional. O, al menos , de nuestra identificación nacional. Argentina y desaparecidos forman una figura indisoluble. Incluso la palabra desaparecido se dice así en muchos países. Es decir, en español. Mas exactamente: en argentino. Este país, trágicamente, se ha adueñado de esa palabra. Tanto ha impuesto en la realidad de la figura del desaparecido que la palabra que lo nombra se dice en argentino.
De aquí este inicial interés por proponer vernos desde la mirada de los otros. Para los otros, los desaparecidos de personas es lo que también suele llamarse la muerte argentina. Tantos seres humanos han desaparecido en este país que la muerte ha concluido por ser vinculada con la ausencia del cuerpo.
Deberíamos llevar a un plano de privilegio la siguiente cuestión: ¿es posible continuar sin hacernos cargo de una realidad que nos identifica frente a los restantes países del mundo? Y más aún: si de ese modo se nos identifica, ¿no seremos así? Y si somos así, ¿podemos eludir una temática que nos constituye sin transformarnos (todavía mas, crecientemente) en un país neurótico, en un país que teme explicitar los horrores que ha engendrado?
Todos sabíamos que se tiraban cadáveres al mar. Lo sabíamos porque el mar (con una extraña sabiduría) los devolvía como si los entregara para que nos hiciéramos cargo de ellos. No era el mar el que mataba, eran los asesinos que se habían adueñado del aparato del estado para implementar un plan increíblemente macabro que negaba la sustantividad de la vida. No hubo excesos. Se trato de otra cosa: de la fría y cuasi científica planificación del exceso.
Es importante que alguien haya hablado desde la orilla de los asesinos. Sera deseable que hablaran muchos. Sería deseable que hablaran todos. Sería deseable una profunda confesión. Son indispensables las listas de quienes fueron sometidos a la muerte argentina.
Si la confesión de quienes mataron merecerá, no el olvido, pero si el perdón de los familiares y amigos de quienes fueron muertos (y de la sociedad en general) es el tema más arduo y complejo que se agita mas allá de las palabras del capitán Scilingo. Sin embargo, no podrá haber perdón en tanto no haya justicia. De aquí que los organismos de derechos humanos, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo pidan justicia, no cesen jamás de pedir justicia. piden justicia y no venganza. Piden justicia y no sangre. Piden justicia y no violencia. Este es su ejemplo Admirable.
José Pablo Feinmann Publicó el 21 de Octubre en su Facebook algo que había escrito en 1998, bajo el título "La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política argentina"
Su texto es el siguiente:
No resulta ocioso- a veces- mirarse con los ojos de los otros. Siempre ellos ven de nosotros algo que nos está vedado; vedado por la simple razón de la opacidad de lo cercano. Así, ¿que se conoce de la Argentina en los países que no son la Argentina, es decir, en el resto de este vasto planeta?
Para la mirada externa los desaparecidos forman parte de nuestra identidad nacional. O, al menos , de nuestra identificación nacional. Argentina y desaparecidos forman una figura indisoluble. Incluso la palabra desaparecido se dice así en muchos países. Es decir, en español. Mas exactamente: en argentino. Este país, trágicamente, se ha adueñado de esa palabra. Tanto ha impuesto en la realidad de la figura del desaparecido que la palabra que lo nombra se dice en argentino.
De aquí este inicial interés por proponer vernos desde la mirada de los otros. Para los otros, los desaparecidos de personas es lo que también suele llamarse la muerte argentina. Tantos seres humanos han desaparecido en este país que la muerte ha concluido por ser vinculada con la ausencia del cuerpo.
Deberíamos llevar a un plano de privilegio la siguiente cuestión: ¿es posible continuar sin hacernos cargo de una realidad que nos identifica frente a los restantes países del mundo? Y más aún: si de ese modo se nos identifica, ¿no seremos así? Y si somos así, ¿podemos eludir una temática que nos constituye sin transformarnos (todavía mas, crecientemente) en un país neurótico, en un país que teme explicitar los horrores que ha engendrado?
Todos sabíamos que se tiraban cadáveres al mar. Lo sabíamos porque el mar (con una extraña sabiduría) los devolvía como si los entregara para que nos hiciéramos cargo de ellos. No era el mar el que mataba, eran los asesinos que se habían adueñado del aparato del estado para implementar un plan increíblemente macabro que negaba la sustantividad de la vida. No hubo excesos. Se trato de otra cosa: de la fría y cuasi científica planificación del exceso.
Es importante que alguien haya hablado desde la orilla de los asesinos. Sera deseable que hablaran muchos. Sería deseable que hablaran todos. Sería deseable una profunda confesión. Son indispensables las listas de quienes fueron sometidos a la muerte argentina.
Si la confesión de quienes mataron merecerá, no el olvido, pero si el perdón de los familiares y amigos de quienes fueron muertos (y de la sociedad en general) es el tema más arduo y complejo que se agita mas allá de las palabras del capitán Scilingo. Sin embargo, no podrá haber perdón en tanto no haya justicia. De aquí que los organismos de derechos humanos, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo pidan justicia, no cesen jamás de pedir justicia. piden justicia y no venganza. Piden justicia y no sangre. Piden justicia y no violencia. Este es su ejemplo Admirable.
Fuentes:
Fragmentos del artículo Los Desaparecidos: la Muerte Argentina
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